martes, 11 de marzo de 2008



Viene un castillo de oro
brillando a los cuatro vientos.

Tras una larga compaña
de silentes nazarenos
se vislumbra la figura
de ese Cristo que ya ha muerto.
Apenas sí se adivina
la silueta de su féretro,
y su luz desdibujada
ya bucea en el incienso.

Viene la muerte dormida
con nanas de mil recuedos.

Poco a poco ya se acerca,
se detienen los momentos,
son callados los barullos
y descansan los eternos.
Un ejército sagrado
le escolta su firmamento
y la luna baña triste
de su muerte los reflejos.

Llega un dolor que no duele
escapando de su entierro.

Queda arriado a la vera
del que busca en Él consuelo
y el amor que se derrama
se convierte en negro duelo.
Salta la sangre en sus sienes,
y en las manos, agujeros,
florece la paz en su boca
y en sus ojos, pensamientos.
El pecho hinchado de gloria
y el vientre hundido hacia dentro,
el tronco yace tan rígido
y los brazos, paralelos.
Los pies que roban miradas
se abrazan a su silencio
y el paño que le da abrigo
hace de la muerte sueño.

Y sigue llegando con calma
y siempre seguirá viniendo,
para mí nunca se marcha
sigue su cuerpo latiendo
y si estoy equivocado
porque no le vea muerto
que dejen sonar mis voces
y se entere el pueblo entero:
¡¡¡que jamás murió en la historia
y jamás lo vereis muerto
al Dios de nuestra Castilleja,
MI CRISTO DE LOS REMEDIOS!!!

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